lunes, 2 de diciembre de 2013

RECITANDO A BORDO DEL TRANVÍA

Este fin de semana he participado en uno de los recitales poéticos más inusuales y gratificantes de toda mi vida. Con motivo del cincuentenario del fallecimiento de Luis Cernuda, se ha organizado un ciclo de recitales a bordo de los tranvías de Sevilla. Y con los tranvías en marcha. Los pasajeros montaban y se encontraban con un grupo de personas recitando, acompañados de jovencísimos músicos.

Ha sido una experiencia ver las caras de los pasajeros-espectadores, que iban desde la total indiferencia hasta el entusiasmo más ferviente. Era emocionante oir y recitar poemas mientras por la ventanilla del tranvía veías la ciudad bullendo de vida. Poesía y calle entremezcladas.

Por supuesto, una de las cosas más emocionentes fue encontrarse con un montón de buenos amigos, contagiados de entusiasmo, haciendo posible esta pequeña locura.

Que una idea a priori tan extravagante se haya convertido en realidad ha sido posible gracias a la impecable organización de JOAQUÍN DÍAZ FERRUZ. Se encargó de elaborar el proyecto, de convencer a TUSSAM (la empresa sevillana de transportes urbanos), de preparar los tarjetones que se repartirían en cada estación, de localizar los equipos de sonido, de enredar a los músicos y los recitadores, de preparar los cuadrantes, y cuidó los detalles hasta el punto de medir el tiempo de trayecto entre estación y estación, para calcular qué poema entraría en cada tramo. Todo funcionó como un reloj de precisión.

Después de recitar en un tren en marcha, creo que ya es posible recitar en cualquier parte.

Este es el poema de Cernuda que recité en este proyecto:

Unos cuerpos son como flores,
otros como puñales,
otros como cintas de agua;
pero todos, temprano o tarde,
serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden,
convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un
hombre.

Pero el hombre se agita en todas direcciones,
sueña con libertades, compite con el viento,
hasta que un día la quemadura se borra,
volviendo a ser piedra en el camino de nadie.

Yo, que no soy piedra, sino camino
que cruzan al pasar los pies desnudos,
muero de amor por todos ellos;
les doy mi cuerpo para que lo pisen,
aunque les lleve a una ambición o a una nube,
sin que ninguno comprenda
que ambiciones o nubes
no valen un amor que se entrega.




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